Cuando somos estudiantes de Traducción, lo único que queremos es empezar
a traducir. Entramos en la carrera tan felices, pensando que enseguida
nos van a plantar un texto y nos van a enseñar cómo se hace. Pero no. Lo único que conseguimos son clases de idiomas, culturas e informática básica
(esto es, correo electrónico, Office y poco más). Todos estamos de
acuerdo en que estas cosas son importantes y útiles, así que apechugamos
y esperamos que en el segundo curso podamos traducir de una vez. Al fin y a cabo vamos a ser un traductor.
Llega segundo y estamos emocionados, ¡puede que por fin podamos
traducir, aunque sea unas pocas unas líneas! Pero no, solo tenemos más y más teoría e informática 2, y mi querido Trados. Agachamos la cabeza una vez más. Y llega el segundo cuatrimestre, ¡por fin vemos la luz al final del túnel! ¡Tenemos asignaturas de traducción!
Pero al poco tiempo nos damos cuenta de que traducir, lo que es
traducir... tampoco lo vamos a hacer mucho. Más bien los profesores se
centrarán en echarnos a la cara todos nuestros terribles y fatales
errores. Los más débiles empiezan a deprimirse pensando que nunca serán
traductores de provecho y que quieren dejar la carrera.
Pero otros no nos rendimos. Y llega tercero. Tercero parece guay, porque
por fin hemos podido «elegir» optativas. Pero para el segundo
cuatrimestre. Bueno, será como dicen, y lo bueno se hace esperar... Y
otra vez aguantamos un cuatrimestre lleno de teoría. Oh, sí, tenemos traducción profesional. Esto es: jurídica y económica. Y para un
traductor que pretende dedicarse a lo audiovisual o a lo literario, como
es mi caso, no es nada divertido tener que dar Traducción Profesional.
Pero seguimos siendo conscientes de que todo es útil en esta vida, y
¡eh! ¡Al menos traducimos! No es bonito, pero alguien tiene que hacerlo.
¡Y por fin el segundo cuatrimestre! ¡Alegría! Todos estamos
(relativamente) contentos con nuestras optativas. Los que queríamos
hacer subtítulos estamos haciendo subtítulos, los que queríamos hacer
revisión y corrección de textos estamos revisando y corrigiendo textos,
los que no queríamos interpretar estamos interpretan... ¡un momento! Algo falla aquí... Los que queríamos hacer subtítulos estamos pautando; los que queríamos hacer revisión y corrección nos estamos leyendo la Ortografía de la RAE y traduciendo (¿?), y los que no queríamos hacer interpretación, estamos interpretando, porque nos obligan...
Pero nosotros, estudiantes de traducción, no perderemos la esperanza.
Seguiremos ansiando que el año que viene podamos, por fin, hacer lo que
nos gusta...
Y y me pregunto... ¿por qué siempre hay gente que intenta hundirnos?
Desde que empezamos la carrera, muchísimas personas, entre ellas varios
profesores, nos meten en la cabeza que de la traducción no se vive, que
para ser traductor literario hay que tener más de 50 años, que es un
oficio muy mal pagado, que nadie nos valorará, que el traductor trabaja
en la sombra, que la carrera no tiene salidas... Y algunas de estas
cosas puede que sean ciertas. O no. Todo depende del espíritu. Tenemos que ser optimistas, ¡no echarnos piedras sobre nuestro propio tejado! Debemos seguir el consejo de las personas que saben más que nosotros, pero siempre que sean consejos positivos.
La traducción es un trabajo como cualquier otro, con las mismas salidas
y las mismas posibilidades de triunfar. Y si nos gusta, si queremos, si
lo intentamos, si insistimos y perseveramos, ¿por qué no vamos a poder lograrlo?.
Ese es el espíritu, damas y caballeros. El espíritu del estudiante de
traducción, que desde mucho antes de entrar en la carrera ya quiere
traducir, pero no suele conseguirlo hasta algo (o mucho) después. Los
estudiantes de traducción, y si me lo permitís, los traductores en
general, somos perseverantes. Seguimos adelante con nuestro
objetivo claro en la mente y no nos detenemos hasta lograrlo. Queremos
traducir, y lo vamos a conseguir. Queremos encontrar una traducción que
encaje, y no vamos a parar hasta encontrarla. Si hace falta, nos
pasaremos la noche en vela, removeremos cielo, tierra e internet,
preguntaremos a todos nuestros contactos, nos meteremos en foros...
hasta que demos con la respuesta. ¿Qué traductor no ha tenido nunca esa
sensación tan gratificante que le invade cuando da por fin con las
palabras que tenía en la punta de la lengua? (o en la punta del cerebro,
como a mí me gusta decirlo; o incluso en la punta de los dedos).
Ese es el espíritu y esa es la sensación que queremos obtener, la de la (casi) perfección de un texto. Y eso, desde los inicios, nos impulsa a
seguir adelante. Puede que muchos traductores experimentados con años de trabajo a las espaldas hayan perdido el rumbo
y por eso hayan pasado del entusiasmo al pesimismo, o puede que siempre
hayan sido así. Me gustaría que esos traductores recordaran por qué decidieron empezar a traducir.
Creo que muchas veces perdemos el rumbo de nuestras vidas porque nos
abruman demasiados factores externos, por eso es importante que, cuando
veamos que nos estamos hundiendo en el pozo, pensemos en el entusiasmo de un joven traductor que un día quiso llegar a ser alguien grande y hacer grandes cosas.
Y también les pido a estos traductores pesimistas que tengan cuidado al esparcir toda esa negatividad por el mundo. Un joven traductor es fácil de corromper, por el simple hecho de que tomará ejemplo y creerá en las enseñanzas de sus maestros. Por ello, no nos corten las alas. Recuerden que ustedes también las tienen y que aún les queda mucho por volar.